EL CEMENTERIO
Después de, cumpliendo con la Real Orden de 1809, que prohibía enterrar en poblado y ordenaba construir cementerios en las afueras, habilitar un pequeño cementerio extramuros de la villa, junto a la ermita de los Mártires en donde se veneraba la imagen de la Inmaculada Concepción, en el año 1831 se emprendió la construcción de uno nuevo y más grande, “contiguo a la Ermita de Nuestra Señora de la Concepción, porque el actual es pequeño y en estado ruinoso.”
Una tarea que, entre otras razones por la escasez de recursos propios, recayó sobre los hombros y la voluntad, de los vecinos, y sus carros, que se acogieron a un minucioso plan y seguimiento de acarreo de piedras, arena y otros materiales propios, a cambio de una prometida exención “para el vecindario y sus sucesores, del pago de toda gabela a la Iglesia”, por servicios post mortem.
No tardaría en hacerse necesaria una ampliación del lugar, por necesidades lógicas, y será en sesión de febrero de 1.868, cuando por primera vez se analice la situación y se hable del “ensanche del camposanto por el punto Norte.” Tras considerarse, en sesión de 16 de agosto, que “la presente estación es la más desocupada para el labrador, y por consiguiente la mas oportuna y con menos perjuicio para hacer el transporte de los materiales que se necesitan”, será en marzo de 1.869 cuando se apruebe un presupuesto, para emprender el proyecto, con el compromiso de realización de obra entre los meses de abril y mayo.
Pero más de un inconveniente – entre otros la correspondiente autorización de la Diputación de Badajoz, que no se firmó hasta el 4 de junio, que motivó un encarecimiento de la mano de obra y por tanto un incremento en el presupuesto – impidieron llevar a cabo en tiempo y forma, el proyecto de ampliación, que finalmente y por la vía de urgencia, terminó por hacerse realidad en los ultimo días del año.
Será en sesión ordinaria del Ayuntamiento de 23 de agosto de 1941, punto 2º de la orden del día, cuando se formule la necesidad de construir un nuevo cementerio, dado que “el que hoy existe, no reúne condiciones”, y porque había cumplido sobradamente, se había quedado pequeño, y no daba para más. Pero aquella feliz y necesaria idea, no fue un camino fácil ni corto, asaltado por inconvenientes, preferentemente económicos, y otros obstáculos burocráticos que no allanaron la senda del tan necesario nuevo camposanto.
La Corporación acordó aquel día, “designar al arquitecto don Luis Morcillo Villar – de Badajoz – para que formule proyecto y presupuesto.” Se trata de una memoria descriptiva que recoge, de forma sencilla pero amplia y detallada, además de los detalles técnicos e inherentes a la construcción, que ocupará “una superficie de 7.000 metros cuadrados con 100 de frente y 70 de profundidad”, una serie de dependencias auxiliares, entre otras, la casa del conserje, “que constará de un comedor-cocina, tres dormitorios y retrete”, Capilla y un porche de acceso “de amplias proporciones”, que debía lucir “una gran espadaña que sirva de cierre al pórtico de entrada que estará constituido por sencillas bóvedas de arista comunicadas por arcos de medio punto.” fue firmado en diciembre de 1941, y visado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, con fecha 12 de febrero de 1942.
Pronto, se presentó el proyecto que, en sesión ordinaria de 24 de enero de 1942, fue aprobado por unanimidad, así como el presupuesto que alcanzaba, según se manifiesta en aquella sesión, un total de “ciento treinta y ocho mil quinientas cuarenta y una pesetas nueve céntimos”, aunque suponía confeccionar un presupuesto extraordinario de los gastos municipales para poder afrontar el costo de la obra. Lo que significaba, por la limitada y ajustada capacidad de generación de recursos, la necesidad de ingresos, con financiación del Banco de Crédito Local.
Será en sesión de 27 de marzo de 1943, cuando se acuerdo sacar a pública subasta la licitación por las obras que, se supone, han de comenzarse en breve, aprobado como estaba por la Corporación el presupuesto extraordinario para las mismas, “concediendo un plazo de ocho días para que puedan presentarse reclamaciones contra este acuerdo.” En sesión de 26 de junio, se fija la fecha del 12 de julio, para la celebración de la subasta.
Que como era de esperar en el mercado especulativo, quedó sin efecto por la falta de licitadores, de acuerdo al funcionamiento tácito de este tipo de operaciones, conforme se recoge en el punto 5º de la sesión ordinaria que se celebró aquel día 12 de julio, fijándose para el 18 de agosto la celebración de la segunda subasta.
Que igualmente quedó suspendida por la falta de licitadores, lo que por los miembros de la Corporación se consideró debido a una suerte de “boicot” por parte de las empresas de materiales necesarios, en desacuerdo con los precios fijados en el presupuesto, por lo que en sesión de 28 de agosto, se acordó acudir al arquitecto autor del proyecto, para “que estudie el mismo, y formule las adiciones que estime oportunas.”
En diciembre, seguían sin resolverse los problemas y acuciaba la necesidad de comenzar, y concluir, las obras a la mayor brevedad posible, “por no dar lugar a dilaciones de ninguna especie.” La experiencia de las dos subastas fallidas, forzaba de alguna manera a tomar una decisión “de urgencia, y que se prescinda de más trámites, con arreglo al número 5º del artículo 125 del Estatuto Municipal”. Se acordó, declarar el asunto ¡de imperiosa urgencia!, y solicitar un informe técnico.
Pero los problemas seguían creciendo, toda vez que la autoridad competente, entendía que “no había que llegar a la operación crediticia que se pretendía realizar”, por lo que de nuevo, el proyecto, encontraba el obstáculo de la falta de recursos necesarios, y buscar por otros “rincones” las pesetas necesarias para cubrir aquel capítulo.
En el camino y el tiempo, llegaron los informes técnicos solicitados en aquella medida de urgencia, decidiéndose comenzar la obra “y que se lleve a cabo la contratación por gestión directa o administrativa.” No será hasta julio de 1945, cuando se acuerde formalizar el contrato de compraventa de la porción de terreno adquirido para la instalación del nuevo Cementerio Municipal, “ al sitio de la Barca, de una extensión de ocho mil seiscientos ochenta metros cuadrados.”
El 1 de diciembre, debía estar casi concluida la construcción, toda vez que con esa fecha se saca a concurso la construcción con destino al nuevo Cementerio Municipal de:
- 2 ventanas capuchina apaisadas con cristales, herraje correspondiente y pintadas dos manos, totalmente terminadas.
- 1 puerta sin bastidor, de dos hojas, de forro cogido con clavos, para la entrada, pintada dos manos, totalmente terminadas.
El 16 de febrero, se presentó presupuesto por profesional del ramo, “para ejecutar el lucido de la fachada del Cementerio nuevo.”
Terminadas las obras, con algunas modificaciones respecto al proyecto inicial, especialmente en el pórtico de entrada, por oficio de 28 de febrero de 1946, la Vicaría General del Obispado de Badajoz, autorizaba al párroco, “para que pueda bendecir el nuevo Cementerio de esa localidad, ateniéndose para la bendición a la fórmula prescrita en Ritual Romano.” Lo que se hizo realidad, de acuerdo con la declaración recogida en el libro de defunciones de la Parroquia de Puebla de la Calzada, el 11 de marzo de aquel año de 1946.
Al día siguiente, 12 de marzo, tuvo lugar el primer enterramiento, en concreto de una anciana, de nombre Ana, de noventa y cuatro años de edad, haciéndosele “entierro de quinta clase.”
El Cementerio Municipal, que como primera construcción guarda las dimensiones que figuraban en aquel proyecto de 1941, habiéndose ampliado recientemente, es un lugar espacioso que respira amplitud, perfectamente delimitado en cuarteles y secciones, de paredes blancas y encaladas, cuidado hasta la pulcritud por familiares y empleados municipales.
Testigo callado de los pasos que cada día dejan la huella de sus pasos, en el barbecho callado de sus alrededores y en el eco del rumor del agua en las acequias, de poco tiempo atrás, cuenta con un espacio suficiente, discreto, cercano, habilitado como Columbario, en una adaptación lógica a los tiempos, y las nuevas formas de pensamiento.
Conserva lápidas de fechas muy anteriores a su inauguración por el natural traslado de restos de aquel viejo y antiguo cementerio, algunas, de quienes en su tiempo, en mayor o menor medida, fueron parte de una sociedad que luchaba no solo por mejorar y adaptarse al progreso, sino también y en muchos casos, por sobrevivir a un tiempo en constante movimiento y crecimiento. Unos y otros, en definitiva, nombres que cincelados en los pergaminos del pasado, resisten el paso de los años, incluso a la sombra del natural olvido.
Personas, personajes, hombres y mujeres, que la memoria de Puebla de la Calzada, guarda en el entramado intangible de su , conservando en el archivo del olvido y el recuerdo, sus nombres y sus hechos, cuando no en defensa de la integridad, identidad y bienestar del lugar y sus recursos y sus vidas, en su desarrollo urbanístico o económico, o en la simple cotidianeidad de sus momentos difíciles, y cuyos nombres – la mayoría de ellos borrados de las laudas del propio tiempo – se conservan en el gastado manuscrito de las antiguas capitulares, o en las esquinas polvorientas de los anaqueles del tiempo, testigos mudos de la verdad, la realidad y lo imaginario.
Juan Monzú
Cronista Oficial de Puebla de la Calzada.